sábado, 18 de octubre de 2014

"El tiempo dirá"

Primer puesto del II Concurso Literario "El Reto de los Escribas" - SEPTIEMBRE 2014.
 
 
Sobre el autor
 
            Su nombre es Daniel Monreal. Tiene 22 años, y escribió bajo el pseudónimo "Daniel Fair". Esto es lo que nos cuenta de él:
 
"Me llamo Daniel Fair. Es muy raro que utilice mi nombre real en este tipo de medios (salvo cuando no queda más remedio, claro). Empecé a escribir hace alrededor de diez años, y he tratado de hacerlo continuadamente desde entonces (aunque, siendo sincero, he tenido algún que otro parón).
Me inicié con los fanfics (Harry Potter, como otros tantos), hasta desarrollar mis propias historias, aunque trato de no dejar de lado la temática que usaba al principio. Ahora mismo, colaboro en el blog ‘’elrincondemimaginacion.blogspot.com’’ con relatos, y escribo todo lo que se me ocurre ahí.
 
            A pesar del tiempo, me considero un auténtico novato. Todavía trato de pulir mi manera  de escribir y de cómo hacer que lo que escribo llegue a más gente y haga emocionarse a más personas.

Imagino que, al final, esa es la meta que todos nosotros buscamos.

¡Un saludo!"
 
 
 El tiempo dirá
 

1      dolor

Nada más que una falsa mueca dibujada en su rostro pálido, en su mirada brillante, desprendedora de una luz más tenue de la que solía reflejar. Un fingido gesto que se apresuraba por mantener casi la mayor parte del tiempo, incapaz de llevar hacia su interior aquellas emociones que aparentaba tener, cuando se veía obligada a compartir estancias con otras personas.

Mas, en la soledad de su habitación, el único lugar del mundo que aún podía considerar seguro para ella, podía relajar su sonrisa tensa, descansar su mirada agotada, y dejarse llevar por el intenso dolor que quebraba su alma. Incluso, en ocasiones, cuerpo echado sobre la mesa del escritorio, y los ojos dirigidos hacia ninguna parte, llegaba a sentir de una manera real aquel familiar dolor.
No se podría decir que sintiera una daga clavándose en su pecho, pues no hay daga capaz de causar un dolor tan intenso, tampoco podría comparar aquello con arder en llamas ni con ahogarse en el profundo pozo de su desesperación, pues ni Satán ni Poseidón alcanzarían a hacerla temblar de miedo, como temblaba en aquel momento.
Mas ella apretaba los puños, consumida; cerraba los dientes, aislada; en silencio, desprendía lágrimas amargas que no era capaz de retener.

Y, a medida que el tiempo pasaba y la pesadumbrez se iba adueñando de su corazón herido, un manto de tinieblas se cernía sobre la habitación, ensombreciendo cada objeto, cada rincón. Todo allí perdía su significado, arropado entre la oscuridad que emanaba, tal vez, del corazón de ella.
Ninguna criatura, humana o no, se merecería experimentar parte del dolor que la joven, en su desdicha, experimentó. Ella lo vivió, lo sintió, erizó su piel, ennegreció su espíritu… y, para bien o para mal, ya no volvió a ser la misma.

Nada brillaba  en el cuarto, en el hogar. Sólo quedaba el reflejo de sus ojos quienes, de vez en cuando, recuperaban la alegría por vivir, el orgullo, las ganas de continuar. Mas, cuando te lo han quitado todo, ¿qué puedes esperar de la vida? ¿Qué puedes pedirle al mundo?

Y, en esas tardes de desolación intensa, de lágrimas sin lágrimas, del sufrimiento que llevaba hacia las paredes de su habitación, marchitas al sentir la pena, ella se dejaba llevar. ¿Tal vez aquello era la condena perfecta para una existencia amarga?
Puede que, de cierta manera, es lo que la joven deseara… Puede que, en aquel instante, en toda esa etapa, ella quisiera irse… de un modo suave, indoloro. Tal vez así consiguiera apartar el mal, y desviar todo lo que sentía lejos de si misma.

Mas, acumulado, escondido entre el temor, había una pequeña y diminuta mota de luz, apenas un insignificante chispa de recuerdos, de superación personal, de coraje… Ella no se veía con fuerzas de eliminar el dolor, de la misma manera que no era capaz de contener aquella brisa de esperanza. Por ese motivo, tal vez demasiado difuso, era que sus ojos, relucientes ante la claridez del alba, cobraban vida, durante escasos segundos. Momentos en los que, sin esperarlo, sentía que debía hacer frente a la vida…

2      Despedida

¿Por qué?
¿Por qué…?
Tal vez no era el lugar lo que aclamaba las lágrimas de aquellas personas, sentadas frente a ella con expresión ausente, ni la atmósfera desanimada. Ni siquiera creía que fuera producto del abatimiento interior, de la desmoralización general.
Era ella. Eran sus lágrimas, ocultas durante días. Eran sus ojos verdes, enmarcados por líneas rojas de llanto y surcos negros de las noches sin poder dormir. Eran sus dedos lánguidos, que provocaban aquel sonido del que hacia gala. El instrumento entre sus manos, mientras ella dirigía los ojos hacia aquel que residía a su lado, faz eterna con la que ninguna otra persona podía rivalizar en belleza, era lo único que podía regalar, un instante de música, y nada más.

Allí, en primera línea, sentada, sin nadie en el mismo banco, y, tal vez, siendo la única que no esbozaba lágrima alguna, estaba su madre. Mantenía una mano en el pecho, puño cerrado, mientras escuchaba a su hija acometer con sentimientos a toda la estancia. Ella, aquella mujer, era la otra persona a la que la pérdida debía de haberle resultado inconsolable, tan amarga como el más cruel de los recuerdos… pero no podía llorar.
Puede que su fuero interno le dijera que llorar no sería representar toda la tristeza que sentía. Puede que no lo considerase justo. Puede que pensara que debía ser fuerte para aquella niña pelirroja que había quedado a su cargo. Puede que fingiera que podía llegar a estar bien, para engañarse a si misma. Puede… que no fuera ninguna de esas cosas, o todas a la vez.
Pero, aunque tal vez la joven supiera que aquella mujer, su madre, mentía al no llevar al exterior su pena, sabía que el dolor que compartían era el mismo; la sensación de querer morir, la misma. Y, aquella canción que entonaba, no solamente la creó para si misma, para liberarse y elevar al cielo un grito de pena y desesperación que esperaba fuera escuchado, sino para ella.

Era la única manera de decirle que ella estaba allí, que no sólo recibiría palmadas falsas de ánimo en la espalda. Quería que supiera que su hija llegaba a entender el dolor, y lo que ello significara. Aunque las mañanas se presentaran frías e inconexas, sin sentido entre unas y otras, similares en el tiempo, no lo eran, y que daba las gracias por poder disfrutar de la vida, por poder tenerla a ella, por poder tenerse ambas… y por poder encarar al destino una vez más, gritar de alivio. Más que nada, y por encima de todas las cosas, quería decirle que la quería, y que una perdida no era sino una piedra en el camino, que sabía que ambas podrían superar.
Al menos, él lo hubiera querido así.

Los ojos cerrados de su madre luego, la mano aún el pecho congestionada y pálida, la restante sobre el banco, palma arriba y trémula, su corazón latiendo desbocado con intensidad, tanta que aún vibraba gracias a la música perpetrada en el aire. Su hija la contemplaba con orgullo desde el estrado, mas ella no podía verlo, pero sí sentirlo. Aquella mirada esmeralda que se clavaba en ella ya la hubo sentido en otro tiempo, antes de que comenzara aquella vorágine agónica, y pudo respirar aliviada, no sin dolor.

Juntas, y tras haber cesado la música, se aproximaron a la figura inmortal que residía allí, entre placas de madera recia. De la mano, dijeron adiós, la mano izquierda de la joven acariciando la diestra de su padre; la mano derecha de la mujer rozando su frente. Un abrazo y un beso marcaron la despedida.
No lloraron delante de él, sonrieron, en realidad. Él mantenía una sonrisa de calma en su rostro.

3      ÉXODO

Yo…
¿Es posible que me quepa más orgullo en el pecho? En mi estado, ¿cómo soy capaz de sentirme tan feliz?
No debería serlo, pero… no puedo mentir. Puedo abrir los labios todo lo que pueda y clamar a los vientos que soy el ser con más felicidad de la faz de la tierra.
Y os lo debo a vosotras.

Jayden:
Has sido la mujer de mi vida, y has mostrado fuerza, coraje, valor en un día tan duro. ¿Sentiste mi mano agarrar la tuya? Yo sí noté tus nervios, aunque no pudiera sentir del todo el suave roce sedoso de tu piel sobre mí. Pudiste llorar, pero no quisite; debiste llorar, pero te mantuviste firme. Yo mismo quería llorar, pero las circunstancias se ciñeron sobre mí como un gran manto negro y envolvente.
Perdóname por todo, y recuérdame en los buenos momentos, aunque tal vez no sea necesario decirlo.
¿Sabes? Daría todo, todo lo que pudiera, por permanecer una sola noche más contigo, sólo una noche. Decirte al oído que te amo, prepararte para lo que vendría y, es posible, amarte como la primera vez. Siento haberme ido. Siento no haberme podido despedir.
Hoy te amo más que nunca, y agradezco que, en mis últimos segundos estuvieras a mi lado.
Gracias por todo.

Juliette:
No, no debería haberme ido. Sí, sé que estás dolida, y sé que tardarás en recuperarte. Mamá te ayudará, si la dejas.
Si alguna vez me porté mal contigo u olvidé algo que era importante para ti, ruego que me perdones. Las cosas se me escapaban de las manos y, muchas veces, sentí que era suficiente.
Desde la primera vez que nos vimos, adoré cada centímetro de ti. Me fascinaron tus ojos, tan iguales a los míos; tus pecas, pruebas de que eres hija mía, tan similares; tu risa, aclamable cascada de manantial que me hacía volar en una nube. Incluso hoy en día sigues conservando la misma risa de tus primeros días. Como padre, me alegra saber que no has dejado de reír nunca.
Y… es un orgullo poder decir que eres parte de mí. Pude escucharte, estuve allí mientras tocabas mi instrumento, mientras me mirabas. Hiciste que se me encogiera el corazón en el pecho, aunque aquella melodía no estuviera hecha para mí. No pudiste expresarlo todo mejor. Con felicidad, al recordar esa canción, sentí que todo lo que yo sentía por ti era correspondido, más aún de lo que cualquier padre merece. En serio, esos sentimientos no tienen medida en alguien como yo, nunca sentí que los mereciera. Creo que me porté bien contigo, hasta el punto en el que se me permitió, pero… no, debí hacer muchas más cosas por ti, si a ello apuntaban tus sentimientos, y por lo que apuntaban los míos.
Cuida de mamá, ¿lo harás por mí, por los tres? Puede que tú la necesites, pero ella te necesita más a ti, como yo también te necesitaba. Fuiste el pilar central de nuestra vida y nos hubiéramos derruido si alguna vez hubieras faltado. Pero ahora, a un paso de la despedida, sé que estarás bien, que mamá estará bien.
Nunca olvides que te quise, que te quiero, y que te querré siempre. Espero que nunca me olvides.
Te echaré de menos.
Sed felices, todo lo que podáis. Os tenéis la una a la otra.
¿Qué más podéis pedir?
Un beso y un abrazo, os quiere,
Papá.

"Colores"



 
Segundo puesto del II Concurso Literario "El Reto de los Escribas" - SEPTIEMBRE 2014.
 
 
Sobre la autora
 
        Su nombre es Inés Vilanova. Tiene 13 años, y nos escribió bajo el pseudónimo "Ann W.".
 
 
 Colores
 
Hay muchas maneras de mirar una imagen, distintos puntos de vista y distintos enfoques. Por ejemplo, hay varias maneras de mirar un árbol.
Cuando miras un árbol, puedes ver dos cosas distintas. Puedes ver las hojas como puntos verdes, marrones y amarillos, que se difuminan y se superponen, formando una imagen. Pero también puedes fijarte en una sola hoja: la más alta en la copa del árbol, la más grande, la que tiene una forma extraña, un color muy vivo, o unos pequeños puntitos rojos. Las demás hojas son el fondo, acompañan: si impiden ver a la hoja protagonista, molestan; si se caen, no importa.
Me habría gustado poder enseñarte a observar, no sabes cuánto. Pero tú te fijaste en otra hoja. Tiene sentido que te fijaras en ella, con ese color verde primavera y ese esos puntitos rojos tan característicos. No puedo competir con eso, debí saberlo.
Debí saberlo cuando llegaste a nuestra clase una mañana y tus ojos, que tanto me gustaría enseñar a ver como yo veo, se fijaron en ella. La única chica con los ojos verde primavera y unas bonitas pecas alrededor de la nariz. La hoja distinta al resto. Sin fijarte en mí, detrás de ella, mirándote como tú la mirabas a ella.
De todas formas, ya estoy acostumbrada a que no se fijen en mí. La gente dice    que soy rara, yo creo que veo las cosas de una manera distinta al resto, de una manera especial. Más bonita sí, pero distinta, y también me influye de una manera distinta, y me hace cometer errores.
Mi primer error fue creer que podía con ella. El segundo, enamorarme.
Otro de mis más nefastos errores fue ponerme en su contra. Como ya he dicho antes, si una hoja se superpone a la hoja elegida por el observador, molesta. Mi error fue enfadarme, gritarle a esa hoja. En ese momento no pensaba, me cegaba la rabia y la impotencia por algo tan absurdo como que la profesora se niegue a leer nuestro trabajo, emborronado a causa de que ella, al escribir con la mano izquierda, lo que hace que si no tienes cuidado, se corra la tinta, se empeñara a pasar a limpio nuestro trabajo.
Así que sí, grité, pero no fui la única. Tú también lo hiciste. Me gritaste que me callara, que ella no tenía la culpa. No, ella no tenía la culpa. Ella no tenía la culpa de ser el lugar a donde miran tus ojos.
Me habría gustado enseñarte a mirar, no sabes cuánto; me habría gustado enseñarte los colores, tal y como yo los veo; me habría gustado hablarte de mi manera de ver el mundo. Pero no me lo pediste.
No, nunca me lo pediste. Me pediste que me callara. Es irónico como, a pesar de que nunca me quisiste, mi vida gira en torno a ti. Y sí, me callé. No valía la pena hablar. Las palabras ya no significaban nada, si no las utilizaba para describirte mis colores, los colores que yo veo. No, no hablé desde ese momento. Y no volveré a hacerlo.
Así que solo me quedó eso, colores. Hasta que, un día, todo se volvió negro. Supongo que mis ojos decidieron que no querían seguir viendo. Que no querían ver un mundo sin ti. No quiero ver un mundo sin ti.
Y así me quedé muda, y ciega. Pero, para mi desgracia, no estaba sorda. Así que cuando oí tu voz, abrí los ojos. Y la vi a ella, cantándote una bonita canción, en la que te decía a través de la música lo que yo quería enseñarte con imágenes. Y vi cómo la besabas. Pero el mundo ya no tenía color, parecía una película en blanco y negro que yo sólo quería dejar de ver.
Me quedé quieta, en medio de la calle, de la carretera, esperando. Pero no cerré los ojos al instante. Primero miré un árbol. Hay tantas maneras de mirar un árbol… Me aferré a esa imagen, me aferré a mi imagen final. Y el mundo recobró el color, durante unos instantes. Era el árbol más bonito que había visto. Los colores… tan absorta estaba en ellos que casi no percibí el pitido del coche al que supongo que estaba esperando, parada, en medio de la carretera. Ni tampoco me enteré apenas cuando chocó contra mí.
Los colores son mi vida. Si no te tengo a ti, no quiero colores. Y esas son las dos únicas cosas que me importaron durante toda mi corta vida. Ojalá pudieras ver lo que yo veo. Ojalá hubierais entendido mi bonita manera de ver el mundo.




"Academia de música"

 
 
Segundo puesto del II Concurso Literario "El Reto de los Escribas" - SEPTIEMBRE 2014.
 
 
Sobre la autora
 
        Se llama Sara, y presentó su relato bajo el pseudónimo "SaMn96". Tiene 17 años, y lleva escribiendo más o menos desde los 12, pues es una de las actividades que más le gustan. Tiene dos blogs: keepcalmjustread.blogspot.com.es y desastrerincon.blogspot.es.
 
 
 Academia de música
 
Las notas suenan, rápidas y fluidas, mientras yo muevo el arco por las cuerdas.
Toco con los ojos cerrados mientras algunos rizos que se han escapado de mi coleta me hacen cosquillas en el cuello.
-¡Iria! ¡Iria!
Dejo de tocar; mi hermano Marco está aporreando la puerta con toda su fuerza.
-¿Qué pasa?
-Deja esa mierda y baja; mamá quiere que la ayudes.
Suspiro y dejo el contrabajo tendido sobre la cama, con la intención de seguir tocando después.
Odio que mi hermano y mis amigos digan que la música clásica es una mierda; no son capaces de comprender la pasión que late en las cuerdas de los instrumentos, ni la tensión que los instrumentos de cuerda son capaces de crear con unos pocos sonidos.
Además, el contrabajo es… mágico. Su música se acerca mucho a la voz de un hombre cantando. Por eso lo elegí.
Bajo pesadamente las escaleras del dúplex y me encuentro a mamá sentada en el salón, con la mesita de café llena de folletos y revistas de propaganda de distintas tiendas de muebles.
-¿Qué color quieres para tu habitación? -.dice en cuanto me ve.- ¿Rosa? ¿Azul?
-Verde -.digo con voz cansina.
Mamá está reformando la casa de la abuela, que vivía en las afueras, y ha pensado que todos nos mudemos allí cuando esté lista.
-¿Verde? Mmm… no me gusta mucho para una habitación.
-A mí sí.
El verde me transmite serenidad. Siempre intento llevar algo verde, aunque sea una pulsera. Además, el verde es el color de mis ojos, la única parte de mi cara que realmente me gusta.
-¿Solo era eso?
-Bueno, si no estás haciendo nada, podrías…
-Sí estoy haciendo algo. Estaba tocando.
-Ah, vale. Entonces continúa.
Subo y me encierro de nuevo en mi habitación. Apoyo el mástil del contrabajo en mi cuerpo y cojo el arco. Hago unos pocos movimientos con la mano antes de empezar; soy zurda, y me cuesta utilizar la derecha para tocar.
Cierro los ojos y continúo con la pieza que Marco interrumpió a la mitad.
 
Hoy es el último día de colegio de mi hermano, que está tratando de convencer a mamá de que le deje salir a patinar después de clase. Yo me retuerzo las manos; hoy hago la prueba final para entrar en la prestigiosa universidad de música de la ciudad.
Les he enviado mis notas casi perfectas de bachillerato y saqué la nota más alta en el examen de acceso, por lo que tengo la plaza casi asegurada. Sin embargo, tocar delante de mucha gente siempre me ha puesto nerviosa, sobre todo si es ante un jurado profesional.
-Mucha mierda -.me dice Marco antes de salir del coche, intentando tranquilizarme.
¿O solo me ha deseado suerte porque cree que la voy a necesitar? Ay, Dios, ya estoy empezando a hiperventilar.
Llegamos a la universidad un par de horas antes del examen. Mamá cree que es bueno llegar pronto para que me familiarice con el ambiente, pero la verdad es que estoy más nerviosa que antes.
Nos sentamos en la pequeña cafetería de estilo clásico de las instalaciones y mamá no puede evitar ponerse a hablar de muebles:
-Este tipo de sillas es el que quiero para el comedor. ¿Te gusta?
Yo solo soy capaz de asentir; me tiembla todo el cuerpo.
-Tranquila cariño, lo harás bien.
 
Dos horas después, un numeroso grupo de alumnos con sus respectivos instrumentos nos hemos reunido en una sala de música próxima al auditorio. Muchos intentan afinar, pero con todo el ruido que hay yo ni siquiera me molesto en sacar el contrabajo.
Un par de chicos que llevan saxofones y que hasta ahora han estado revisando partituras me miran descaradamente mientras hablan entre ellos. Posiblemente se estén riendo de mí; con mi cara cubierta de pecas y mi encrespado pelo negro, dudo que haya llamado su atención por ser guapa.
Una chica que está sentada a mi lado y que mueve los dedos sobre los botones de una trompeta no para de hablar de todas las partituras que ha tocado a lo largo de este curso para preparar el examen.
Puede que hablar sea una vía de escape de los nervios para esta chica, pero a mí está consiguiendo causarme dolor de cabeza. La deseo suerte cuando la llaman e intento relajarme. Lo bueno de no poder ver las audiciones de los demás es que no sé cómo de alto está el listón, por lo que no me agobio con tener que dejarme los dedos para alcanzarles.
Ahora solo quedamos unos pocos. El encargado de llamarnos asoma la cabeza por la puerta y pronuncia el siguiente nombre.
-Rodríguez, Iria.
Respiro profundamente mientras cojo el asa de la funda del contrabajo y camino hacia la sala en la que se va a decidir mi futuro. Procuro no ponerme nerviosa.
Me pongo en el escenario frente al jurado, compuesto por tres mujeres y un hombre. Me tomo mi tiempo para afinar y para tranquilizarme del todo.
Cuando estoy lista, miro al jurado. Los cuatro hablan entre ellos en susurros hasta que, al final, una mujer con gafas y aspecto severo dice:
-Concierto para contrabajo. Dragonetti.
Conozco esta pieza; fue de las primeras que aprendí a tocar cuando empecé a recibir clases de música.
Escucho al piano tocar las primeras notas y, cuando me llega el turno, empiezo a deslizar el arco sobre las cuerdas. Ya no hay vuelta atrás.

"Irritante perfección"


Tercer puesto del II Concurso Literario "El Reto de los Escribas" - SEPTIEMBRE 2014.
 
 
Sobre la autora
 
        Su nombre es Lucía Vilanova, tiene 13 años y nos escribió bajo el pseudónimo "Loloylo57".
 
 
Irritante perfección
 
Ocurrió un sábado por la noche. Podía parecer que era un sábado cualquiera, pero todo el mundo sabía que no lo iba a ser. Era la fiesta de graduación, momento ansiado por tantos alumnos y muchos profesores. El día en que dejaríamos por fin el instituto y cada uno de nosotros tomaríamos un rumbo distinto en la vida.
Los alumnos de mejores calificaciones esperaban poner fin a aquella época de sus vidas e ir una buena universidad que les asegurara un futuro brillante. Otros, los más sensibles, sentían una gran pena por abandonar aquel lugar en el que habían pasado tantos momentos, tanto buenos como malos. Y montones de muchachas de quince o dieciséis años que se sentían emocionadas por llevar un vestido bonito y estar deslumbrantes aquel día. Aunque me cueste reconocerlo, yo incluida.
Yo nunca he sido bonita. Tengo el pelo de un llamativo color zanahoria, y la cara demasiado alargada y pálida, cubierta de pecas que, en vez de resultar graciosas, parecen manchas horrorosas. Mis ojos son pequeños y están demasiado separados, de un color indefinido que se podría calificar como verde. Estoy muy delgada – quizá demasiado – pero al menos mi mediana altura me ayuda a pasar desapercibida. En general.
Me gusta pensar que soy como un acorde disonante en una partitura, una pieza incomprendida para muchos pero necesario para darle sentido a la partitura general, la vida. Supongo que la música es lo único que me consuela cuando estoy demasiado deprimida, y siempre hace que me sienta mejor.
Pero aquel día sería diferente. Me había comprado un vestido azul marino que favorecía algo mi pálida piel, unas francesitas negras y esperaba estar guapa por una vez. Por una vez, quería que él me viera guapa.
A las chicas como yo no nos conviene enamorarnos, siempre lo he pensado. Me puse la regla de no hacerlo a los doce años, cuando me empecé a dar cuenta de que no era precisamente la más agraciada de mis compañeras. Lo cumplí durante mucho tiempo, pero este año… este año no pude resistirme.
Era alto, con el pelo negro y los ojos de un extraordinario color azul, una combinación tan poco habitual como maravillosa. Llegó a mi clase nuevo, y me gustó desde que le vi por primera vez. Siempre iba con unos cascos escuchando música, y eso me dio una oportunidad para hablar con él. Me dijo que tocaba la viola, y eso me dio pie para poder hablar con él de música. Me enseñó grabaciones de él tocando, y yo llegué a cantarle algo, cosa que solo me atrevía a hacer en privado a pesar de que él me dijo que tenía una voz bonita. Al contrario que la mayoría de los chicos de mi clase, era amable conmigo y muy simpático. Caía bien a todo el mundo. Para mí, era perfecto.
Pero no solo para mí.
El día de la graduación, entré intentando aparentar estar lo más confiada que pude, sonriendo,  pero según lo hice se me cayó el alma a los pies. Me encontré con ella; no quiero decir su nombre, ya que me podría poner en un aprieto. Llevaba un impresionante vestido de color rosa pálido que dejaba la espalda descubierta y resaltaba su esbelta y perfecta figura, favoreciendo su tez bronceada de color aceitunado. Tenía el largo pelo negro suelto sobre la espalda, formando graciosos rizos. Sus facciones faciales eran perfectas, y tenía los ojos grandes y castaños. Tenía un cuerpo perfecto. Al verla, me compadecí de todas las chicas que estábamos en esa habitación, incluida yo.
Era preciosa… perfecta para él.
No debí sorprenderme cuando cruzó la estancia y se acercó a ella y le pidió un baile. Ni cuando le puso las manos en la cintura y ella puso las suyas alrededor de su cuello. Ni cuando se sus labios se empezaron a rozar hasta que se sumieron en un profundo beso… pero lo hice.
La tristeza inicial que había sentido al verla se convirtió rápidamente en rabia. ¿Por qué ella? ¿Por qué no me había elegido a mí? ¿Por qué nadie me elegía nunca a mí? No pude soportarlo más. Solo porque ella era más guapa que yo… Ni siquiera me había dado una oportunidad. Ni siquiera me miró, simplemente fue hacia ella… No era justo que nunca nadie me quisiera, ni que yo, ilusa de mí, me hubiera hecho ilusiones.
En ese momento, se separaron, y escuché cómo ella se excusaba para ir al lavabo. Una idea cruzó mi mente, y enseguida lo vi todo claro. No podía dejar pasar esa oportunidad.
Me acerqué a los aseos femeninos, intentando parecer despreocupada. Por suerte para mí, estaba ella sola. Se estaba echando un poco pintalabios. Le sonreí forzadamente, y le dije que estaba muy guapa, tratando de ser amable. Como si necesitara que se lo recordaran. Ella me sonrió a su vez e hizo un comentario agradable sobre mi vestido, que yo fingí agradecer con una inclinación de cabeza. Pero aún llegaba la parte más importante de mi improvisado plan. Me acerqué algo más a ella, con la excusa de que tenía un poco de brillo de labios fuera de sitio, y levanté mi mano izquierda – ser zurda es otra de mis ya demasiadas rarezas – en un ademán de quitárselo.
Pero en vez de eso, le agarré el cuello con las dos manos. Intentó gritar, pero le faltaba el aire. Sé que actué sin pensar, pero la rabia me cegaba… en ese momento solo quería ver desaparecer la vida de sus preciosos ojos.
Así que, ahora, yo también tengo un cuerpo perfecto. Está en mi maletero.
 

Ganadores II Concurso Literario "El Reto de los Escribas" - SEPTIEMBRE 2014

 
        ¡Hola a todo el mundo! Aunque el fallo del jurado debió haberse publicado ayer, ciertos problemas técnicos nos impidieron la comunicación con una de las juezas, por lo que nos fue imposible subir los ganadores en el día señalado.
 
         No obstante, ya está todo solucionado, así que aquí tenéis el ranking de las 4 primeras posiciones en este certamen. En breves se empezarán a publicar en este mismo blog los relatos que obtuvieron los tres primeros puestos junto con información acerca de sus autores, y más tarde, la historia ganadora aparecerá en los siguientes blogs:


          Así pues, aquí tenéis los cuatro mejores relatos del concurso... cinco en realidad, dado que hubo un perfecto empate en el segundo puesto:




 
4º. "Cosa de siete"


Laura Quintela


 


3º. "Irritante perfección"


Lucía Vilanova


 


2º. "Academia de música" / "Colores"


Sara / Inés Vilanova


 


1º. "El tiempo dirá"


Daniel Monreal
 
 
 
          Muchísimas gracias a todos los que participaron, y nuestra más sincera enhorabuena a los ganadores, en especial a las hermanas Vilanova por haber conseguido de nuevo un sitio en el podio, y a Daniel, por su más que merecido primer puesto.
 
          Un afectuoso saludo,
 
          Jóvenes Escribas
 

jueves, 11 de septiembre de 2014

Bases del Segundo Concurso Literario - septiembre 2014



II CONCURSO LITERARIO “EL RETO DE LOS ESCRIBAS”  -  SEPTIEMBRE 2014

¡Llega la segunda edición del concurso literario! Esta vez habrá nuevo tema, por lo que relatos diferentes y... ¡más literatura para disfrutar!

Empezaremos recordando las bases:

BASES

·       Podrá presentarse al concurso cualquier persona cuya edad esté comprendida entre los 10 y los 26 años, sea cual sea su nacionalidad.

·       Los relatos deberán ser enviados antes del 10 de octubre a las 18:00 (hora española) a la siguiente dirección:




·       Los relatos deberán estar escritos en español. La extensión mínima de los mismos es media hoja aprox., y la extensión máxima, tres hojas.

·       Formato del correo:

-         El asunto o nombre del correo será el título de la historia.
-         En el propio correo se escribirá únicamente el seudónimo del escritor.
-         Se adjuntarán dos archivos de Microsoft Word:
·          El relato, llamado con su título.
·          Otro, llamado “DATOS”, que contendrá la siguiente información:
-         Título del relato
-         Seudónimo del autor
-         Nombre real del escritor
-         Apellidos del escritor - opcional
-         Edad
-         Algo sobre ti que quieras añadir (la dirección de tu blog, tu Twitter, tu Facebook, tu Tuenti, tu Instagram, tus hobbies, una breve presentación de ti… para que podamos añadirlo a “datos del autor” en caso de que ganes) - opcional

·       Jurado: Covadonga GarcíaLurei Book y MeriAnne Abévaz. Su fallo será inapelable y se hará público el 17 de octubre en este blog.

·       Habrá tres finalistas, de los cuales, elegiremos un solo ganador. Las historias finalistas serán publicadas en “El reto de los escribas”. El relato ganador se subirá también en los siguientes blogs:

-         El detective de libros

-         La sombra de tus ojos

-         Las quimeras de tinta


TEMA:

En esta ocasión hemos decidido que los relatos presentados al concurso deberán tratar sobre un personaje ficticio en concreto creado por nosotras.

Este es el personaje: una chica de quince años, pecosa, rizosa y ojos verdes. Su gran pasión es la música (no especificamos qué tipo de música le gusta). Y nos encontramos con que es zurda. La trama la decidís vosotros, pero tiene que aparecer esta chica.

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Esperamos que os guste este tema a escribir, y que os animéis a participar. Recordad: lo importante no es ganar ni quedar finalista, sino disfrutar escribiendo e ideando nuevas historias

Un saludo,

Jóvenes Escribas




viernes, 13 de junio de 2014

"El chico de la frontera"

Primer puesto del I Concurso Literario "El Reto de los Escribas" - MAYO 2014.
 
 

Sobre la autora
        Su nombre es Inés Vilanova de Diego, y nos escribió bajo el seudónimo "Abbey Rose". Tiene 13 años y, al igual que sus hermanas (también clasificadas en el Top5 de esta convocatoria) es una amante de los libros y adora escribir. Publica en Potterfics con el nick "Primrose".

 
El chico de la frontera

-No, gracias, no quiero el ticket.

Ella asintió, sin sorprenderse. No se esperaba otra respuesta. Ese chico pasaba por ahí todos los días laborables con su habitual traje de color oscuro y su corbata a rayas, azul y blanca. Todos los días atravesaba la frontera hacia el país francófono a las siete de la mañana para volver siempre puntual a las cinco de la tarde. Y siempre rechazaba el recibo.

Miró el papel con enfado. ¿Qué hacía con él? En un primer momento ejecutó con rabia el movimiento que siempre hacía cuando tenía un papel inútil como aquel en la mano: tirarlo a la papelera. Sin embargo se detuvo. No podía hacerlo. Ese papel era su único recuerdo de aquel chico, el chico que no tendría que importarle.

Con resignación decidió hacer lo que hacía al final todos y cada uno de los días, negándose a perder más tiempo. Con mucho cuidado, dobló el papel por la mitad, y a continuación empezó a cortar irregularmente el papel guiándose por la marca que había creado hacía unos segundos.

Dos mitades, dos papeles.

Uno lo guardó, a modo de prueba. De prueba de otro día entre tantos en que pensó en él. Lo juntó con los demás, amarrándolos bien con un clip, superponiendo a modo de portada un papel que rezaba “El chico de la frontera”, en honor al nombre que le había puesto su mejor amiga, y a ella le había parecido bien. Le parecía irónico que le pusieran un nombre tan “épico” y que suene tan “profundo y literario” como decía su amiga, cuando en realidad lo de “la frontera” es en el sentido literal de la palabra. Le parecía irónico porque al fin y al cabo ella se había enamorado a primera vista, de la forma que más aparece en los libros. Guardó ese papel con los demás, como testigo de que, otro día más, había pensado en “el chico de la frontera”.

Y la otra mitad… pronto dejó de tener la categoría de mitad. Lo rompió en varios trozos desiguales, y éstos en trozos aún más pequeños. Cuando el trozo más grande no era mayor que la uña de su meñique, los juntó todos, formando un montón, que se quedó observando unos segundos. A aquellos trozos, a aquella mitad, les correspondía la parte más difícil: el olvido. Pero no cualquier olvido. Sería incapaz de tirarlos a la papelera, no correrían el mismo destino que los otros papeles.

Aguardó a volver a escuchar otra de las fuertes ráfagas de viento que con frecuencia se producían en ese lugar. Cuando llegó, actuó sin vacilar: tiró por su pequeña ventanilla esos pequeños fragmentos de papel que en algún momento fueron un ticket. Y con ellos se fue la esperanza de llegar a algo con ese chico.

Dos mitades contradictorias. Dos posibilidades. Y es que, durante mucho tiempo ella seguiría esperándole día a día. Puede ser que algún día se digan los nombres, más tarde se den los números de teléfono y de ahí comience una gran relación, o puede que no pase nada y que ella encuentre a su hombre. Al fin y al cabo ¿y si el chico está casado? No lo puede saber. Hay tantas preguntas sin resolver… Puede ocurrir cualquier cosa. Su vida puede cambiar. Puede que uno tenga un accidente, puede que no se hablen en el resto de sus vidas, puede que cambien de trabajo… o por el contrario puede surgir una bonita relación. Pero, al fin y al cabo, nunca sabes lo que el destino tiene reservado para ti, así que seguirá esperando a que suceda, mientras los días pasan en la frontera.
 



 

"El prisionero 13"

Segundo puesto del I Concurso Literario "El Reto de los Escribas" - MAYO 2014.
 
 

Sobre la autora
        Su nombre es Lucía Vilanova de Diego, y nos escribió bajo el seudónimo "Manzanita". Tiene 13 años y se considera una amante de la lectura y una escritora novata, además de potterhead, divergente, tributo, mestiza, futura mujer de Légolas y otras cosas chachis. Si queréis seguirla en Twitter, ella es @luciavilanova10, y en Potterfics, su nick es "Potterfanatica101".

 
El prisionero 13
 

En todo el barco se hablaba de él. No es que fuera ninguna sorpresa tener prisioneros en el interior del navío. Al fin y al cabo, el Constanza era conocido en los mares de aquellas regiones, y entraban a menudo en guerra con otras naves (en su mayoría, piratas) y era rara la vez que no se llevaran algún prisionero superviviente. Nunca tenían oportunidad de ganar una batalla, el Constanza era invencible.

Tenía numerosos cañones en cada banda y tres enormes mástiles que portaban las velas blancas con un imponente escudo de color granate en el centro. Al menos cien o doscientos tripulantes había abordo, muchos de ellos marineros muy veteranos. Leyendas en aquellas aguas. Contaba con lóbregas mazmorras donde siempre había algún prisionero cuyo barco se había hundido a manos de los cañones del navío.

Había muchísimas razones para que se hablara de él. El prisionero 13 no había sido apresado como los demás. Nadie sabía cómo había aparecido de repente en las mazmorras. Además, nunca se les llamaba por un número, si no que se les preguntaba al menos su nombre o los marineros se inventaban motes para mofarse de él. Pero éste siempre quedaba oculto, como lamentándose, ocultando su rostro. El propio capitán había ordenado que todos lo llamaran de tal modo.

El capitán era un viejo huraño que permanecía siempre en su camarote. Se oían todo tipo de rumores sobre él: como que en otro tiempo había sido un malvado pirata pero que había huido el día antes de su ejecución y había cambiado de vida por completo. Tenía el cabello canoso y una mirada fría, calculadora y, sobre todo, vieja. La mayoría de la gente decían que era un monstruo, y sus órdenes en el barco eran inapelables.

Normalmente, a los prisioneros se les llevaba a tierra para ser juzgados debidamente. Sin embargo, el capitán había decidido que se juzgaría allí mismo antes de llegar a tierra. Se oían rumores de que el prisionero había sido un antiguo enemigo suyo, y que el capitán sería capaz de ejecutarlo. Se decidió que el juicio tendría lugar al atardecer de ese mismo día.

Llegó la hora, y el dos hombres escoltaron al prisionero para llevarlo a la cubierta del barco. Todos habían dejado sus labores para contemplar lo que sucedía. Iba cubierto con un abrigo andrajoso cuya capucha aún le cubría el rostro, y se acercaba hacia el capitán lentamente. La expresión de éste era indescifrable, y en la estancia reinaba un increíble y absoluto silencio.

-          ¿Quién eres? – preguntó el capitán con voz ronca – Responde – añadió tras un rato al ver que su interlocutor ni se inmutaba.

Por fin el prisionero 13 se enderezó, se quitó la capucha y le miró.

-          ¿Aún no me has reconocido? – preguntó con voz suave.

Todos le miraron. O mejor dicho, la miraron.

-          Vienes ya a buscarme – respondió el capitán mirando a la mujer que tenía delante. Nadie sabía si se trataba de una pregunta o una afirmación.
 

-          Ha llegado tu hora – se limitó a responder.
El hombre suspiró, y tras murmurar sus últimas palabras, dejó que la Muerte se lo llevara.